Este verano he empezado más de veinte libros, digo empezado porque solo unos pocos consiguieron engancharme y me interesaron lo suficiente para seguir leyendo, el resto los abandoné antes de llegar al 20 %, bien porque el argumento me parecía absurdo, los personajes no eran consistentes o, simplemente, no se podían leer porque la narrativa era caótica.
He leído novelas románticas de temática muy diferente, menos erótica y juvenil/new adult, que no terminan de gustarme, y todas compartían ciertas características que han hecho de ellas buenas lecturas.
1. Estilo narrativo «que engancha».
2. Personajes bien desarrollados con los que es fácil empatizar.
3. Argumentos que no son más de lo mismo.
4. Tramas interesantes bien hiladas y coherentes.
5. Ediciones cuidadas.
Tal vez parezca de Perogrullo, pero una buena narración es un factor muy importante para disfrutar de la lectura. Una de las novelas que abandoné este verano tenía un estilo desordenado, el autor saltaba de una idea a otra sin ton ni son utilizando construcciones lingüísticas demasiado simplonas. Con esto no quiero decir que el lenguaje deba usarse con un estilo decimonónico sobrecargado de palabras incomprensibles, más bien todo lo contrario. A mí me resulta más agradable un lenguaje sencillo, limpio, bien utilizado, sin palabras rebuscadas, fácil de leer pero que te invite a pasar una página y otra y otra. No es fácil de conseguir.
Es obvio que cada lector interpreta el texto y lo vive de forma diferente según sus propias experiencias, por eso, que un personaje te caiga bien o no es completamente subjetivo. Sin embargo, es obligación nuestra, de los escritores, conseguir que los actos de los personajes sean coherentes y afines a la personalidad que les hemos brindado. Hablaba Mayte Esteban en Twitter este verano sobre la verosimilitud en un comentario muy acertado con el que estoy muy de acuerdo. Un personaje puede tener cuernos y ser de color verde, pero no me vendas la moto de que es así «porque sí», necesito saber por qué y, además, creérmelo.
Es un fallo recurrente que me he encontrado a lo largo de mis años de lecturas (que son unos cuantos). Los personajes, sobre todo los protagonistas, necesitan un arco dramático que les dé profundidad y valor real, es decir, que traspasen el papel y las lectoras los sientan de carne y hueso.
Antes hablaba de la narrativa y de la pericia del escritor para manejar el lenguaje, pero eso tampoco sirve si la idea de la que parte el argumento es un refrito de otras novelas o no está bien planteado. En romántica esto es algo que se da mucho porque no hay nada más viejo que el amor, sobre el que han hablado, cantado y escrito desde tiempos inmemoriales. Siempre existe la posibilidad de darle una vuelta de tuerca a los temas que se han tratado siempre, actualizarlos, tratarlos desde otro punto de vista, convertir la historia de amor en algo más.
Volver a empezar, por ejemplo, era a priori una novela de segundas oportunidades, de recuperar un viejo amor, pero no se queda ahí. Cuando la reescribí, quise convertir a Evelyn en una mujer de hoy en día que se ve en la encrucijada de elegir entre su trabajo y su familia. Esta novela habla de amores perdidos, de sacrificios, renuncias, empoderamiento y del miedo ante la libertad de elegir.
En el desarrollo del argumento tiene mucho que ver el planteamiento de las distintas tramas que lo componen. Nadie dice que no puedas saltarte las reglas, pero siempre dentro de un orden que tenga sentido. Saber mantener la intriga y la tensión no es fácil, igual que tampoco lo es equilibrar las partes descriptivas y la de diálogos o cambiar de ritmo cuando la acción lo requiere. Todo suma para conseguir atraer al lector al centro del universo que has creado y que no quiera marcharse.
Y, por último, la edición. Soy correctora además de escritora y sé los precios que se manejan y el esfuerzo que supone para la mayoría de los autopublicados, pero que un autor no pueda pagarse un servicio de corrección profesional no le exime para publicar una novela sin la mínima garantía de calidad ortográfica. Hay muchas lectoras a los que no les importa, para ellas prima más la historia que la forma en la que está contada, pero también hay otras, en las que me incluyo, que no toleran una novela mal escrita.
Es imposible que una obra publicada esté libre de erratas, por muchos ojos que revisen, somos humanos y la perfección no existe, pero vuelvo a decirlo: no saber no te quita responsabilidad. Yo me hice correctora por la falta de confianza en las personas que debían corregirme cuando publicaba con editorial. Al principio, como muchas, no sabía ni poner la raya de diálogo, pero me preocupé por aprender porque desde el principio entendí que debía ser yo la que entregara el manuscrito en las mejores condiciones de forma y contenido. Me duele ver errores básicos en el uso de cursivas, comillas o en la puntuación de los diálogos.
Una edición cuidada no consiste solo en la corrección, hay otros aspectos como el diseño de la cubierta, la elección del título o la maquetación que no son menores y que, desgraciadamente, muy pocos dejan en manos de profesionales y se arriesgan a la moda del do it yourself sin los mínimos conocimientos. No soy la mejor diseñando cubiertas (no soy ilustradora, ni diseñadora gráfica ni fotógrafa), pero sé manejar Photoshop y me gusta pensar que tengo cierto gusto estético (a las portadas de mis novelas me remito). Tampoco soy la mejor correctora, pero sigo estudiando y aprendiendo y, por supuesto, mis maquetaciones no son espectaculares, pero tienen aspecto profesional porque me he preocupado de aprender y hacer cursos sobre el manejo de los programas que lo hacen posible.
Con todo esto quiero decir que no solo vale con escribir un manuscrito y lanzarlo al mundo, sino que hay más reglas, como cualquier profesión, y todas y cada una de ellas hacen posible que las lectoras te sigan eligiendo.
En el desarrollo del argumento tiene mucho que ver el planteamiento de las distintas tramas que lo componen. Nadie dice que no puedas saltarte las reglas, pero siempre dentro de un orden que tenga sentido. Saber mantener la intriga y la tensión no es fácil, igual que tampoco lo es equilibrar las partes descriptivas y la de diálogos o cambiar de ritmo cuando la acción lo requiere. Todo suma para conseguir atraer al lector al centro del universo que has creado y que no quiera marcharse.
Y, por último, la edición. Soy correctora además de escritora y sé los precios que se manejan y el esfuerzo que supone para la mayoría de los autopublicados, pero que un autor no pueda pagarse un servicio de corrección profesional no le exime para publicar una novela sin la mínima garantía de calidad ortográfica. Hay muchas lectoras a los que no les importa, para ellas prima más la historia que la forma en la que está contada, pero también hay otras, en las que me incluyo, que no toleran una novela mal escrita.
Es imposible que una obra publicada esté libre de erratas, por muchos ojos que revisen, somos humanos y la perfección no existe, pero vuelvo a decirlo: no saber no te quita responsabilidad. Yo me hice correctora por la falta de confianza en las personas que debían corregirme cuando publicaba con editorial. Al principio, como muchas, no sabía ni poner la raya de diálogo, pero me preocupé por aprender porque desde el principio entendí que debía ser yo la que entregara el manuscrito en las mejores condiciones de forma y contenido. Me duele ver errores básicos en el uso de cursivas, comillas o en la puntuación de los diálogos.
Una edición cuidada no consiste solo en la corrección, hay otros aspectos como el diseño de la cubierta, la elección del título o la maquetación que no son menores y que, desgraciadamente, muy pocos dejan en manos de profesionales y se arriesgan a la moda del do it yourself sin los mínimos conocimientos. No soy la mejor diseñando cubiertas (no soy ilustradora, ni diseñadora gráfica ni fotógrafa), pero sé manejar Photoshop y me gusta pensar que tengo cierto gusto estético (a las portadas de mis novelas me remito). Tampoco soy la mejor correctora, pero sigo estudiando y aprendiendo y, por supuesto, mis maquetaciones no son espectaculares, pero tienen aspecto profesional porque me he preocupado de aprender y hacer cursos sobre el manejo de los programas que lo hacen posible.
Con todo esto quiero decir que no solo vale con escribir un manuscrito y lanzarlo al mundo, sino que hay más reglas, como cualquier profesión, y todas y cada una de ellas hacen posible que las lectoras te sigan eligiendo.